La habitación estaba vacía a excepción de dos maletas, una de ellas de una voluptuosidad
considerable y la otra mucho más reducida, que yacían sobre la cama y un par de
folios que descansaban sobre el escritorio.
La pequeña lámpara de luz intermitente que estaba sobre el
escritorio dotaba de ráfagas de luz y oscuridad a las hojas con la misma eventualidad.
Todo estaba bañado por ese silencio espeso e incomodo que
transforma el aire en algo tan denso que
llega a clavarse en los pulmones y que a su vez hace que parezca que el tiempo
se pare, sin embargo el reloj seguía avanzando sus manecillas dotando de
movimiento a aquella fotografía.
Casi dos horas más tarde la puerta se abrió. El cuerpo cruzó
la habitación entera sin encender ninguna luz y cogiendo las hojas del
escritorio se sentó a leerlas en el sillón de tela rojiza. Al poco desvió su
mirada por encima de los folios quedándose atónito en la contemplación de las
maletas.
A los pocos segundos emitió un suspiro y volvió a la lectura
de los folios que sostenía, sin embargo no podía evitar ir desviando su mirada
hacia cualquier lugar de aquella habitación, como si pretendiera huir de las
palabras que estos contenían. A ratos miraba como parpadeaba la bombilla de la
lámpara que seguía encendiéndose y apagándose, cuando se cansaba volvía a leer
y al poco rato desviaba su vista hacia la imagen que había mas allá de la
ventana y así hasta que finalmente se durmió.
A la mañana siguiente acabó de leer lo que tenia escrito. No
tardó mucho tiempo y una vez hubo acabado entrecruzó sus dedos y reposó
pensativamente su cabeza sobre sus manos.
Su mente daba vueltas como no lo había hecho nunca, no sabía
si era el ambiente que desprendía aquella habitación de mala muerte, los rayos
de sol que entraban tímidamente entre las cortinas y le mareaban o la necesidad
de un buen trago de whisky pero se sentía mareado. Se levantó tembloroso y con
las manos titubeantes abrió el mini bar, se tomó dos vasos de la primera
botella que encontró y sosteniendo la botella en su mano izquierda volvió a
acercarse al sofá donde tenía los folios. Los cogió y tras dar otro trago a la
botella se dejó caer sobre la cama.
Mirando hacia un punto indeterminado de la pared se quitó la
camisa, luego el pantalón y los apiló al lado de la cama, miró de nuevo las
hojas y tras echarles un último vistazo las dejó caer encima de la ropa.
No paraba de darle sorbos a la botella y de merodear en
círculos por la habitación como si intentase encontrar una respuesta a una
pregunta que aun no había sido formulada.
De repente se detuvo y dejó la botella sobre la mesita
izquierda, tras abrir el cajón saco una pequeña biblia y arrancó un par de
hojas al azar. Las leyó y volvió a guardar el libro en el cajón. Tras tirar las
maletas al suelo, volvió a aferrarse a la botella y tras dejar el recipiente
casi vació acabó de gastar los últimos tragos empapando las hojas arrancadas.
Enfurecido lanzó el frasco de alcohol contra el suelo y empezó a caminar en
círculos descalzo sobre los pequeños fragmentos que se habían diseminado por la
moqueta. Leía repetidamente en voz alta las hojas bañadas en aguardiente
mientras sus pies empezaban a sangrar a causa de los cristales que se clavaban.
Cada vez leía más fuerte y caminaba con más fuerza como si pretendiera domar el
dolor que sentía hasta que se vio obligado a aferrarse de nuevo al mini bar.
Buscó entre la multitud de botellas, estampando contra el suelo todas aquellas
que iba cogiendo, sin saber que hacía se dirigió nuevamente al montón de ropa y
tras dejar caer las hojas se agachó para buscar entre los bolsillos del
pantalón, de él sacó una caja de cerillas y tras encender una la arrojó contra
la pila de ropa y hojas. Se levantó y caminó dirección al lavabo donde se aseó
mínimamente y salió de la habitación como si no hubiera pasado nada.
Caminaba por el pasillo con paso firme, tranquilo, sin ropa,
ajeno a todo lo que había sucedido en la habitación. Sus pies, aun manchados de
sangre y cristal, se deslizaban de forma alterna por aquel pasillo estrecho y
largo mientras sonaba la alarma de incendios. Él era ajeno a todo, las cosas
habían perdido todo su sentido una vez abiertas aquellas cartas que ahora se
hallaban bañadas por alcohol y llamas mientras el dejaba atrás aquel viaje sin
destino que había emprendido guiado por sus esperanzas, unas esperanzas que se
trasformaban en humo y cenizas.
D.
D.
Bravo!
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